Su fascinación era el jazz y siendo adolescente juró que nunca, ni por equivocación, tocaría en una banda de rock. Pero los caminos de la vida son insoldables. Un día que se quedó sin trabajo al desintegrarse la banda en la que tocaba, un amigo lo presentó con Mick Jagger y Brian Jones quienes lo invitaron a unirse a The Rolling Stones y por supuesto rechazó la oferta.

Pero Mick y Brian persistieron por meses hasta que en el verano de 1963, Charlie Watts aceptó integrarse al grupo aunque un poco a regañadientes. “Pensé que estaban realmente locos. Trabajaban sin cobrar y tampoco les interesaba, pero me gustaba su espíritu y su optimismo, así que acepté”, dijo a la revista Forbes en una de las escasas entrevistas que dio en su vida.

Su hobby eran los soldaditos de plomo y poseía una colección impresionante. Tenía además un rancho donde criaba caballos pura sangre. Es decir, a los millones que ganó con la banda hay que agregarle los que ganó como criador de caballos cuarto de milla.

Era el más tranquilo de los Rolling y procuraba mantenerse alejado de locuacidades de Mick, Keith Richards y Bill Wyman, pero tenía su carácter. Alguna vez que Mick dijo que él era “su baterista”, Charlie aguantó la ofensa, pero lo esperó en el hotel para recibirlo de un puñetazo. “Escúchame bien, yo no soy tu baterista, en cambio tu eres mi maldito cantante”, le dijo al líder del grupo y santo remedio.

Charlie Watts aquel chico que detestaba el rock, estuvo 58 años tocando para los Rolling Stones uno de los mejores rocks de todos los tiempos, pero el martes anterior su luz dejó de brillar a los 80 años de edad.

“Más allá del excelente baterista que fue, fue un excelente ser humano. Un gran amigo al que vi como hermano, fue además un marido ejemplar, un padre de primera y un abuelo encantador con un excelente gancho de derecha”; dijo Mick Jagger de su amigo.

Hasta siempre Charlie Watts.