BAILE EN SAN LÁZARO: LOS SERGIOS ENTRE LA GUARACHA, LA INUNDACIÓN Y LA POCA SENSIBILIDAD
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INFORMACIÓN | Revista el Tlacuilo / 2025-10-23

Redacción.- El Congreso de la Unión, ese recinto donde la República debería tener voz solemne y pensamiento sereno, se convirtió —aunque sea por unos minutos— en pista de baile. Entre aplausos, luces y la música de la Sonora Santanera, legisladores y funcionarios se contonearon al ritmo de la cumbia, mientras en otros puntos del país el agua rebasaba las banquetas y miles de familias veían perder sus casas. El contraste no pudo ser más cruel ni más torpe.

Sergio Mayer Bretón, exdiputado y promotor del homenaje, justificó el evento como un reconocimiento cultural. Sergio Gutiérrez Luna, vicepresidente de la Mesa Directiva, lo defendió con el mismo argumento: “no fue fiesta, fue acto cultural”. Pero el problema no es la música ni el arte —nadie en su sano juicio podría oponerse a celebrar a una institución musical como la Sonora Santanera—; el problema es el contexto.

Mientras Veracruz y otros estados reportaban desbordamientos y damnificados, en el Congreso los pasos de baile y las selfies acaparaban las redes sociales. No era la melodía lo que ofendía, sino la indiferencia que transmitía la imagen: una clase política celebrando mientras el país chapotea en la tragedia.

En tiempos donde, para algunos soberbios, la empatía se ha vuelto una rareza, la política mexicana sigue tropezando con la misma piedra del espectáculo. Hay una pulsión permanente por convertir la función pública en show, la representación en performance. Sergio Mayer, hombre del espectáculo, llevó al Congreso lo que mejor sabe hacer: producir eventos. Y Sergio Gutiérrez Luna, político marrullero, intentó cubrir el desliz con una etiqueta cultural que no convenció ni al más generoso de sus votantes.

Quizá no haya delito, pero hay algo peor: hay insensibilidad. Cuando el país duele, el poder debe guardar silencio, ponerse botas, no zapatos de charol. Lo que se esperaba del Congreso no era un baile, sino una sesión urgente para evaluar daños, reasignar recursos o, al menos, ofrecer solidaridad tangible a los estados afectados. Pero el escenario fue otro: el de una clase dirigente que confunde cercanía con populismo festivo y cultura con entretenimiento.

Los homenajes a los grandes de la música mexicana merecen respeto, no improvisaciones mediáticas. Hacerlos en medio de una crisis social es frivolizar tanto la tragedia como el arte. Ni la Sonora Santanera lo necesitaba, ni el Congreso lo justificaba.

En política, como en la música, el ritmo lo es todo. Y aquí, el Congreso tocó la nota equivocada; y la caída de Gutiérrez Luna bailoteando, superó la caída del divo Juan Gabriel. Así se lo hizo saber ya Monreal.