LA GUARURITIS

2019-09-11
Traer guaruras no solamente es un tema de seguridad personal, también es un asunto de status.
Aunque causó sorpresa el alto número de elementos de seguridad auto asignados por el ex Fiscal para él y para su familia; Winckler no es el único adicto a sentirse cuidado de cerquita y de paso apantallar a la amable concurrencia al llegar a cualquier lugar público haciendo alarde de su seguridad personal.
A veces parecería que cada escolta es una estrella Michelin para el custodiado, que cree que entre más “guachomas” traiga su nivel político, social y humano es más elevado.
Lo curioso es que cuando dejan de ser funcionarios los vemos caminando por las calles como cualquier hijo de vecino, lo que pone en evidencia que su séquito de guaruras era pura faramalla, ganas de exhibir su superioridad ante la sociedad y de gastarse el presupuesto público; porque eso sí, cuando se trata de poner de su bolsillo para su custodia personal ni siquiera un perro llevan, porque tendrían que comprarle croquetas.

NOBLE OFICIO SER GUARRO
Puntualicemos que los escoltas no son el problema, el mal es de son sus jefazos que se exceden; no resulta raro en Xalapa ver a señoras que son esposas (o lo que sea) de sabrá dios qué funcionario y se pasean por el supermercado escoltadas por dos o tres guaruras.
Ignoramos si exista alguna ley que prohíba el ingreso de personas armadas a lugares públicos, pero si existe se la pasan olímpicamente por el arco del triunfo.
No hay peor padecimiento para un escolta que el de que lo asignen con un patrón naco; entonces su actividad que es seria y profesional tendrá que quedar a un lado para ocuparse de cargar bolsas de mandado, lavar coches y camionetas, hacerla de nana y hasta sacar a pasear al perro.
El virus de la guaruritis es contagioso y se trasmite de funcionarios de un gobierno a los de otros gobiernos; aunque existen honradísimas excepciones, desde luego.