31 de mayo. Redacción | Tlacuilo.- Muy inoportunas resultaron las lluvias recientes para los gobiernos municipales de Veracruz y Boca del Río. Y es que, a escasos días de la jornada electoral, los municipios literalmente quedaron bajo el agua… aunque, eso sí, no por falta de advertencias.

Para que se inunden las calles con tal facilidad, no basta con que llueva mucho: se requiere una coordinación fina de omisiones por parte de las autoridades. Desde permitir construcciones en zonas de riesgo y eliminar cuerpos de agua que funcionaban como reguladores naturales, hasta brillar por su ausencia en el ordenamiento territorial, todo suma.

Claro, también ayuda tener drenajes subdimensionados, esos que fueron pensados para lluvias de hace décadas, y ni una sola obra de captación pluvial a la vista. Todo perfectamente alineado para garantizar que cada aguacero termine en desastre.

Tampoco es que haya sorpresas. El desazolve de alcantarillas parece un lujo estacional, y la limpieza de calles depende más de la buena voluntad de los vecinos que de un programa municipal. Con ese nivel de cuidado, es casi un milagro que el agua no se quede a vivir.

Para mala fortuna de los habitantes de varias colonias, el agua se metió hasta la y echó a perder lo poco o mucho que tenían. Lo que para las autoridades es un “fenómeno atípico”, para los ciudadanos es ya un episodio cotidiano, aunque igual de devastador cada vez.

Una vez más, las lluvias no solo taparon las calles de la ciudad, también dejaron en evidencia la fragilidad del discurso oficial, ese que promete desarrollo y resiliencia urbana, pero que se desvanece al primer trueno ¡Cada año es lo mismo!

Y mientras el agua baja —lenta, como las respuestas institucionales—, queda claro que en estos municipios el problema no es que llueva... sino la manera en que los gobiernan; pura ordeña y nada de pastura.