
Gamaliel Velazco
/ 2025-07-05
OPINIÓN | REFLECTORES DEPORTIVOS QUE DEBERÍAN APUNTAR HACIA OTRO LADO
Por: Gamaliel Cruz Velazco
Hace exactamente una semana, el mundo del boxeo vivió una de esas noches en las que los reflectores se enfocaron donde menos hacía falta. Fue una velada con peleas destacables, sí, pero con una función estelar que resultó más un espectáculo incómodo que un combate deportivo legítimo: un organizador enfrentando a un exboxeador visiblemente disminuido, al borde del colapso físico y emocional.
Julio César Chávez Jr. lanzó apenas 158 golpes, pero se llevó a casa cerca de 200 millones de pesos. Sí, más de un millón de pesos por cada puño lanzado. Un negocio redondo para él, aunque a nivel deportivo dejó mucho que desear, y no solo por lo que sucedió arriba del ring, sino por el mensaje que esto envió al público y a los jóvenes que siguen el boxeo.
Los comentaristas fueron duros, algunos con razón, otros quizá con exceso. Solo un hombre, Sergio “Maravilla” Martínez, salió en defensa del Jr. Y lo curioso es que no fue cualquier voz: Maravilla, excampeón mundial y considerado uno de los mejores libra por libra, reconoció el simple hecho de que Chávez Jr. volviera a subirse al ring, remarcando la dificultad personal que implica hacerlo, incluso cuando el cuerpo ya no responde igual.
Es cierto, era evidente que algo no andaba bien con Chávez Jr. Y ahí está el verdadero fondo de este asunto: la salud, tanto física como mental, debe estar por encima del espectáculo y del negocio. Por eso, quizá es tiempo de dejar de verlo como atleta. Porque es triste que alguien con tanta capacidad para el boxeo, hoy permanezca en una situación que, por simple lógica, debería mantenerlo lejos de los encordados.
Su hermano tampoco ha podido librarse de sus propios fantasmas, sobre todo tras aquel trágico episodio donde un rival perdió la vida en el ring. Desde entonces, tampoco ha vuelto a ser el peleador que prometía tanto.
En cuanto al padre de ambos, es otro caso que merece atención. Leyenda indiscutible, sin duda, pero también un peleador con características físicas muy particulares. Su cráneo, más grueso de lo normal, le permitió soportar castigos que para otros habrían sido devastadores. Siempre que pienso en ello, no puedo evitar compararlo con aquel episodio de Los Simpson en el que Homero es boxeador por la simple razón de que su cabeza amortiguaba los golpes. Así, entre genética, valentía y aguante, construyó su leyenda. Pero esos tiempos, y esas circunstancias, ya no son las de hoy.
Hoy más que nunca es necesario separar al atleta de la persona. No todo deportista es un ejemplo a seguir y tampoco debe ser tratado como tal solo por su pasado en los reflectores. Vivimos en una época donde los mensajes que los personajes públicos envían a la sociedad tienen un impacto inmediato y masivo. Y es urgente cuestionar qué estamos promoviendo.
El verdadero boxeo, el que inspira, sigue en las funciones locales, donde jóvenes con hambre de cambiar su vida dan todo arriba del ring. Ellos merecen más atención que un espectáculo mediático disfrazado de pelea.
Las noticias seguirán, la vida siempre acomoda a las personas en su sitio, para bien o para mal. Pero quizá, como aficionados y como sociedad, es hora de empezar a enfocar mejor esos reflectores. Y sobre todo, apagar los que ya no tienen nada que iluminar.
De Paul ni hablamos, es menos que un payaso arriba del ring.