La noticia que anda dando vueltas en todos los medios informativos del país (más que el plantón de los gaseros o la huelga de 5 mil trabajadores en Dos Bocas), es la detención de un ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación por manejar en estado etílico, es decir, por ir flameado al volante.

El pasado 9 de este mes, el ministro Javier Laynez Potisek, fue detenido por presuntamente conducir en estado de ebriedad en la ciudad de Torreón. Al parecer los agentes de tránsito se dieron cuenta que un vehículo era manejado de forma errática por lo que detuvieron a su conductor y lo llevaron a los separos.

En Coahuila manejar con aliento etílico es un delito por el que se le suspenden al infractor sus derechos para manejar de uno a tres años, además de que debe pagar una multa de 250 a 500 días de salario.

Como es de suponerse el señor magistrado negó los cargos.

Mediante un comunicado aseguró. Nunca acepté ni aceptaré que iba en estado de ebriedad (esto es normal; un borracho nunca acepta que lo es). Simplemente nunca tuve oportunidad de probarlo. (¿Cómo lo iba a probar si iba beodo?).

Más adelante agrega: Al día siguiente (de mi detención) siguiendo las instrucciones que les dieron, mis familiares realizaron el pago de 6,500 pesos (“únicamente en efectivo”). Y a pesar de la solicitud expresa, les negaron cualquier recibo o comprobante.

¿Y qué esperaba el señor? ¿Qué le dieran factura con organigrama del SAT? Coahuila pertenece a México y en este país la transa, la mordida, el cohecho, el chayo, el diezmo y el moche son parte de nuestra idiosincrasia. ¿A poco no lo sabía?

Como quiera que sea, el señor ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Javier Laynez Potisek, pasó una noche en el bote. Si iba o no iba briago, ese es su problema. Aquí el punto es que sintió, aunque fuera por unas horas, lo que sentimos la mayoría de los mortales ante las arbitrariedades de la “justicia”.