Aunque no dio nombres ni apellidos, el desmarque del Clan del Estero que realizó con hace unos días el exdirigente del Partido Revolucionario Institucional (PRI), Jorge Carvallo Delfín, fue un bálsamo para todos los priistas que han sufrido persecución por parte del jefe de la Familia; un alivio para todos los priistas que justa o injustamente fueron perseguidos durante el minigobierno y que fueron obligados al vomito negro o echados a la cárcel.

El hecho de que el PRI bosqueja una alianzas con un partido y no con el grupúsculo neopanista es sin lugar a dudas un acto de respeto para quienes por el solo hecho de militar en el tricolor vivieron dos años de terrorismo y tuvieron que andar a salto de mata; más aún a quienes en su febril mente el personaje empoderado ligaba con su derrota electoral ante Duarte.

El hecho de que el PRI no negocie con clanes y acuerde con iguales, como lo aseguró Carvallo, es un acto de congruencia para todos aquellos empleados que solamente por haber trabajado para gobiernos encabezados por el PRI fueron despedidos durante la administración de Miguel Ángel, lo que afectó a sus familias, fueron echados por un acto de venganza absurdo e irracional, porque simples trabajadores fueron etiquetados como sus enemigos sin deberla ni temerla.

Pero insistimos, Jorge Carvallo nunca mencionó a los Yunes, pero quizás el enojo de ese grupo ante sus declaraciones se debe solamente a una confusión fonética, porque Carvallo Delfín dijo “CLANES”, pero quizás ellos entendieron “CANES”.