1985
1985
2018-09-20
Lavaderos

Por El Tlacuilo

Eran las 7:15 de la mañana de 1985. Me tocó vivirlo en Ciudad de México, en la zona norte que fue de las menos afectadas.
Eran otros tiempos en el tema de la comunicación, sin Internet, ni telefonía celular; es más ni los teléfonos fijos digitales existían. A los pocos minutos del sismo las líneas telefónicas estaban bloqueadas; quienes andaban en la calle se reportaban a sus casas y los familiares checaban en domicilios y trabajos el estado de salud de su gente.
Muchas estaciones de radio salieron del aire por fallas técnicas y la información era escasa; algunos noticieros internacionales daban casi por destruída toda la ciudad, insistimos, el mundo de la comunicación era otro.

Logré enlazar una llamada a mi hermana que en ese momento vivía en la esquina de San Cosme e Insurgentes, el edificio contiguo de cinco pisos había colapsado: “nadie vino a ayudar a la gente, al principio se escucharon muchos gritos de auxilio y quejas, ahorita ya casi no se escuchan, lo más probable es que todos estén muertos” me dices al teléfono atónito, le costaba trabajo comprender que en unos segundos nuestro entorno hubiera cambiado y que hubiera tantas personas fallecidas; a todos nos costó trabajo asimilarlo.

A pesar del tremendo impacto emocional que fue para los habitantes de la Ciudad de México el terremoto del 85, reaccionaron mucho más rápido que las autoridades e inmediatamente iniciaron el auxilio de las víctimas, mientras que al presidente MIGUEL de la Madrid Hurtado y al Regente Ramón Aguirre VELÁZQUEZ les llevo más de 48 horas tomar el control de la tragedia.
De manera absurda, De la Madrid no permitió durante las primeras veinticuatro horas que el ejército ayudara en las labores de rescate y solamente fue utilizado para labores de vigilancia; tuvo que sentirse la réplica del sismo al siguiente día para que se le permitiera a los militares participar en los rescates.
Mientras el gobierna no sabía qué hacer, la solidaridad de la población salvaba muchas vidas; después la palabra solidaridad fue prostituida por Carlos Salinas, que la hizo su “eje” de los Programas Sociales de su Gobierno.

Muchos de los sobrevivientes del sismo del 85 salvaron su vida de milagro, unas veces por intuición y otras por suerte; fue soñado el caso de un hombre que se aventó por la ventana de un cuarto piso y como su edificio colapsó salvó la vida al caer de una distancia mínima; sin embargo en la réplica del día 20, otro ciudadano siguió su ejemplo y se mató porque su edificio permaneció firme.
Los héroes anónimos fueron abundantes; una enfermera del Hospital Benito Juárez comentaba, que hubo un momento en que cargando dos niños tuvo que decidir si saltar o esperar a que volvieran a unirse dos edificios que se separaron; decidió saltar mientras que su compañera optó por esperar; ella y los niños que cargaba salvaron la vida, mientras que quien decidió esperar falleció junto con los niños porque esa área del edificio se derrumbó.

Fueron varios meses en que el olor a muertos estuvo presente en el primer cuadro de la Ciudad de México después del Terremoto del 85; el olor se extendía por espacio de unos dos kilómetros al derredor de las zonas más afectadas.
De la tragedia aprendimos todos, durante varios años después del sismo la CDMX fue una ciudad más amable y solidaria.
Por desgracia a los gobiernos en turno la tragedia no les cimbró el alma; las ayudas internacionales no llegaron a su destino, el programa de viviendas para damnificados se eternizó y en torno a la tragedia mermaron todos.

MIguel de la Madrid admitió esa misma noche que la magnitud de la tragedia había rebasado a la capacidad de su Gobierno, sin embargo lo que no fue rebasada fue la capacidad de medrar con la tragedia, lo hizo a la perfección de La Madrid y siguió beneficiado todavía Salinas. Sucedió más o menos lo que está pasando con los recursos recabados para los daños del terremoto del año pasado, en los que tampoco se sabe nada, pero por la complejidad de fiscalizar las ayudas internacionales y los fondos de reconstrucción, son comida servida para los tragones.
 
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